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¡Suelta!

Billy Graham

Un niñito que jugaba un día con un jarrón muy valioso metió su mano dentro y no pudo sacarla. Su padre también trató lo mejor que pudo, pero en vano. Estaban pensando ya en romper el jarrón cuando el padre dijo:

-Ahora, hijo mío, tratemos una vez más. Abre tu mano y estira tus dedos como me ves, y entonces sácala.

Para su asombro, el chiquitín respondió: -Oh no, papi. No podría estirar mis dedos así, porque si lo hiciera dejaría caer mi centavo.

Sonríe, si quieres, pero miles de nosotros somos como ese niñito, tan ocupados aferrándonos al inútil centavo del mundo, que no podemos aceptar la liberación. Te ruego que sueltes esa minucia que tienes en el corazón. ¡Ríndete! Suéltalo, y deja que Dios haga Su voluntad en tu vida. 

 

Dame un hijo

General Douglas A. MacArthur

Dame un hijo, Señor, que sea lo bastante fuerte para saber cuando es débil, y lo bastante valiente para enfrentarse a sí mismo cuando tenga miedo; un hijo que sea orgulloso y altivo en la derrota honrada, y humilde y generoso en la victoria.

Dame un hijo que jamás se incline cuando deba estar erguido; un hijo que te conozca a Ti... y que se conozca a sí mismo, que es el fundamento del conocimiento.

Condúcelo, Señor, te lo ruego, no por el sendero fácil y cómodo, sino por donde le surjan dificultades y retos. Allí, déjalo aprender a mantenerse de pie en medio de la tormenta; allí, déjalo aprender a sentir compasión por los que caen.

Dame un hijo cuyo corazón sea claro, cuyas metas sean altas; un hijo que se domine a sí mismo antes de que trate de dominar a los demás; un hijo que aprenda a reír, pero que nunca se olvide de llorar; un hijo que se adelante hacia el futuro, pero jamás olvide el pasado.

Y después que tenga todas esas cosas, añádele, te lo ruego, suficiente sentido del humor para que pueda ser siempre serio, pero que no se tome a sí mismo demasiado en serio. Dale humildad, para que siempre recuerde la sencillez de la verdadera grandeza, la imparcialidad de la verdadera sabiduría, la mansedumbre de la verdadera fortaleza. Entonces, yo, su padre, me atreveré a murmurar: "No he vivido en vano".

 

¡No darse por vencido!

Adaptado de una transmisión radial de "Enfoque a la Familia"

Por Alice Gray

Un día un joven caminaba a lo largo de un camino solitario cuando escuchó algo que parecía un lloro. No podía decir con seguridad qué era el sonido, pero parecía salir desde debajo de un puente. Mientras se acercaba al puente, el sonido se hizo más fuerte y entonces vio una escena patética. Allí, yaciendo en el lecho fangoso del río, había un cachorro de aproximadamente dos meses. Tenía una cuchillada en la cabeza y estaba cubierto de fango. Sus patas delanteras estaban hinchadas donde se las habían amarrado apretadamente con sogas.

El joven se sintió de inmediato movido a compasión y quiso ayudar al perrito, pero cuando se acercó, el lloro paró y el cachorro enseñó los dientes y gruñó.- Pero el joven no se dio por vencido. Se sentó y empezó a hablarle con dulzura al perrito. Le tomó largo rato, pero al final el animal dejó de gruñir y el joven pudo acercarse poco a poco hasta tocarlo y comenzar a desamarrar la soga apretada. El joven se llevó el perro a su casa, le cuidó las heridas, le dio comida, agua y un lecho tibio. Incluso con todo eso, el cachorro seguía enseñando los dientes y gruñendo cada vez que el joven se acercaba. Pero el joven no se dio por vencido.

Las semanas pasaron y el joven siguió cuidando del cachorro. Entonces un día, cuando el joven se acercó, el perro le movió la cola. El amor y la bondad persistentes habían ganado y empezaba una amistad de lealtad y confianza para toda una vida.

Dice el Libro de Dios: "Y no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos." (Gálatas 6:9 B. d. l. A.)

 

El cuidador del manantial

Charles Swindoll

Al difunto Peter Marshall -elocuente orador y durante muchos años el capellán del Senado de Estados Un¡dos, le encantaba contar el cuento de "El cuidador del Manantial", un tranquilo habitante de la foresta que vivía en las alturas de una aldea austríaca situada en la ladera oriental de los Alpes. El viejo caballero había sido contratado muchos años antes por un joven concejo municipal para limpiar los desechos que cayeran en las pozas que el agua formaba en las grietas de la montaña, que alimentaban la hermosa corriente de agua que fluía a través del pueblo. Con fiel y silenciosa regularidad, patrullaba las colinas, sacaba las hojas y ramas, y quitaba el sedimento de lodo que de otra forma hubiera atascado y contaminado la fresca corriente de agua. Poco a poco el pueblo se volvió una atracción popular para vacacionistas. Elegantes cisnes flotaban a lo largo del cristalino manantial, las ruedas de los molinos de varios negocios establecidos cerca del agua daban vueltas día y noche, las tierras de labranzas se irrigaban naturalmente, y la vista de los restaurantes era más pintoresca de lo que pudiera describirse.

Pasaron los años. Una tarde el concejo del pueblo se reunió para su asamblea semianual. Mientras revisaban el presupuesto, uno de ellos se fijó en la cifra del salario que se le pagaba al oscuro cuidador del manantial. El que cuidaba la bolsa preguntó: -¿Quién es este viejo? ¿por qué lo retenemos año tras año? Nadie nunca lo ve. Hasta donde sabemos, este extraño guardia de las colinas no nos rinde ningún beneficio. ¡Ya no se le necesita!

Por voto unánime, prescindieron de los servicios del viejo.

Durante muchas semanas nada cambió. Para principios del otoño, los árboles empezaron a dejar caer sus hojas. Pequeñas ramitas se quebraron y cayeron dentro de las pozas, obstaculizando el fluir del agua. Un mediodía alguien notó un ligero color amarillo oscuro en el manantial. Un par de días más tarde el agua estaba mucho más oscura. En menos de una semana, las orillas del río estaban cubiertas de una película pegajosa y pronto se sentía un olor nauseabundo. Las ruedas de los molinos se movían más lentas, hasta que algunas se detuvieron. Los cisnes se fueron, al igual que los turistas. Las garras de la enfermedad y la epidemia se clavaron hondo en la aldea.

A toda prisa, el turbado concejo convocó a una reunión especial. Dándose cuenta de su craso error de juicio, contrataron de nuevo al viejo cuidador del manantial... y en pocas semanas un verdadero río de vida comenzó a despejarse. La ruedas empezaron a dar vueltas, y una nueva vida regresó de nuevo a la aldehuela de los Alpes.

Aunque sea una fantasía, el cuento es más que un relato vano. Proporciona una analogía vívida e importante relacionada directamente a los tiempos en que vivimos. Lo que el cuidador del manantial significaba para la aldea, significan los siervos cristianos para nuestro mundo. El sabor y el poder de preservar de un puñado de sal, mezclado con el esperanzador rayo de luz que ilumina puede parecer débil e inútil... Pero ¡Dios salve a cualquier sociedad que intente existir sin ellos! Como ves, la aldea sin el Cuidador del Manantial es una perfecta representación del sistema mundial sin la sal y la luz.

 

¿Hacia dónde corres?
 


Mi amigo cuenta la historia de algo que sucedió mientras su papá estaba cazando venados en los bosques de Oregón.

Con el rifle acunado en el hueco de sus brazos, su padre iba por un antiguo camino de leñadores casi borrado por la exuberante espesura. Caía la tarde y estaba pensando en regresar al campamento cuando oyó un ruido en los arbustos cerca de él. Antes de que tuviera oportunidad de levantar el rifle, un bultito castaño y blanco corrió hacia el a toda velocidad. Mi amigo se ríe cuando cuenta la historia.

"Todo sucedió tan rápido, que papá apenas tuvo tiempo de pensar. Miró hacia abajo y allí estaba un conejito castaño (en extremo agotado) acurrucado contra sus piernas entre sus botas. La cosita temblaba como una hoja, pero allí estaba sin moverse.

Esto era sumamente raro. Los conejos silvestres tienen miedo de la gente, y ni siquiera es fácil llegar a ver alguno... mucho menos uno que venga y se siente en nuestros pies.

Mientras papá trataba de encontrarle explicación a aquello, otro actor entró en la escena: Más abajo en el camino una comadreja saltó al camino, cuando vio a mi padre (y a la que consideraba su presa, sentada a sus pies) el predador quedó congelado, el hocico jadeante, los ojos con un brillo rojo.

Entonces comprendió papá que había irrumpido en medio de un pequeño drama de vida y muerte en el bosque. El conejito, exhausto por la persecución, estaba a solo minutos de la muerte. Papá era su última esperanza de refugio. Olvidando su natural recelo y miedo, el animalito instintivamente se había pegado a él buscando protección de los afilados dientes de su implacable enemigo".

El padre de mi amigo no lo decepcionó: alzó su rifle, apuntó y disparó al suelo justo debajo de la comadreja. El animal pareció saltar casi recto al aire un par de pies y entró disparado hacia el bosque de nuevo, a toda velocidad que sus patas se lo permitían.

Durante un rato el conejito no se movió. Siguió echadito allí, acurrucado entre los pies del hombre, en la tarde que caía poco a poco, mientras él le hablaba suavemente.

¿A dónde fue, chiquitín? No pienso que te molestará por un tiempo. Parece que esta noche te has librado de la trampa.

Pronto el conejito se fue saltando, alejándose de su protector para entrar en el bosque.

¿A dónde corres, querido amigo, en momentos de necesidad?

¿A dónde corres cuando te persiguen predadores como los problemas, las preocupaciones y los temores?

¿Dónde te escondes cuando tu pasado te persigue como un lobo implacable, tratando de destruirte?

¿Dónde buscas protección cuando las comadrejas de la tentación, la corrupción y la maldad amenazan con vencerte?

¿A dónde te vuelves cuando tu energía se agota... cuando la debilidad te embarga y sientes que no puedes huir por más tiempo?

¿Te vuelves a tu protector, Aquél que está firme con los brazos abiertos, esperando a que vuelvas y te refugies en la seguridad de todo lo que El es?

Tomado de: En aguas refrescantes

 

¿Quién mató al amor?
 

Hubo una vez en la historia del mundo un día terrible en el que el odio, que es el rey de los malos sentimientos, los defectos y las malas virtudes, convocó a una reunión urgente con todos ellos.

Todos los malos sentimientos del mundo y los deseos más perversos del corazón humano llegaron a esta reunión con curiosidad de saber cuál era el propósito.

Cuando estuvieron todos habló el Odio y dijo:
"los he reunido aquí a todos porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien. Los asistentes no se extrañaron mucho pues era el Odio que estaba hablando
y él siempre quiere matar a alguien, sin embargo todos se preguntaban entre sí quien seria tan difícil de matar para que el Odio los necesitara a todos.

"Quiero que maten al Amor", dijo. Muchos sonrieron malévolamente pues más de uno le tenía ganas.

El primer voluntario fue el Mal Carácter, quien dijo: "Yo iré, y les aseguro que en un año el Amor habrá muerto, provocaré tal discordia y rabia que no lo soportará".

Al cabo de un año se reunieron otra vez y al escuchar el reporte del Mal Carácter quedaron tan decepcionados. Lo siento, lo intenté todo pero cada vez que yo sembraba una discordia, el Amor la superaba y salía adelante.

Fue entonces cuando, muy diligente, se ofreció la Ambición que haciendo alarde de su poder dijo: "En vista de que El Mal Carácter fracasó, iré yo."

Desviaré la atención del Amor hacia el deseo por la riqueza y por el poder.

Eso nunca lo ignorará. Y empezó la ambición el ataque hacia su víctima, quien efectivamente cayó herida pero después de luchar por salir adelante renunció a todo deseo desbordado de poder y triunfó de nuevo.

Furioso el Odio, por el fracaso de la Ambición envió a los Celos, quienes burlones y perversos inventaban toda clase de artimañas y situaciones para despistar el amor y lastimarlo con dudas y sospechas infundadas. Pero el Amor confundido lloró, y pensó, que no quería morir y con valentía y fortaleza se impuso sobre ellos y los venció.

Año tras año, el Odio siguió en su lucha enviando a sus más hirientes compañeros, envió a la frialdad, al egoísmo, al chisme, la indiferencia, la pobreza, la enfermedad y a muchos otros que fracasaron siempre, porque cuando el Amor se sentía desfallecer, tomaba de nuevo fuerza y todo lo superaba. El Odio convencido de que el Amor era invencible les dijo a los demás: "Nada que hacer".

El Amor ha soportado todo, llevamos muchos años insistiendo y no lo logramos. De pronto de un rincón del salón se levantó un sentimiento poco conocido, que vestía todo de gris y con un sombrero gigante que caía
sobre su rostro y no lo dejaba ver, su aspecto era fúnebre como el de la muerte "Yo mataré el Amor", dijo con seguridad.
Todos se preguntaron quién era ese que pretendía hacer solo, lo que ninguno había podido. El Odio dijo, ve y hazlo.

Tan solo había pasado algún tiempo cuando el Odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos para comunicarles después de mucho esperar por fin EL AMOR HABÍA MUERTO.

Todos estaban felices pero sorprendidos.
Entonces el sentimiento del sombrero gris habló:
"Ahí les entrego el Amor totalmente muerto y destrozado y sin decir más se marchó".

Espera dijo el Odio, en tan poco tiempo lo eliminaste por completo, lo desesperaste y no hizo el menor esfuerzo para vivir. ¿Quién eres?

El sentimiento levantó por primera vez su horrible rostro y dijo: SOY LA RUTINA.

A mi vecino
 

Una noche vino un hombre a nuestra casa y me dijo: "Hay una familia con ocho niños. Hace días que no comen". Tomé algunos alimentos y fui.

Cuando finalmente llegué a aquel hogar, vi que los rostros de esos pequeños estaban desfigurados por el hambre. No había pesar o tristeza en sus rostros, solamente un profundo dolor de hambre.

Le di el arroz a la madre. Ella separó el arroz en dos partes y salió llevando una mitad.
Cuando regresó, le pregunté: "¿A dónde fue?"

Ella me dio esta simple respuesta: "a ver a mis vecinos, ¡ellos también tienen hambre!".

Yo no estaba sorprendida por su generosidad, porque los pobres son verdaderamente generosos. Pero estaba sorprendida que ella supiese que estaban hambrientos.

EN REGLA GENERAL, CUANDO SUFRIMOS ESTAMOS TAN ENFOCADOS EN NOSOTROS MISMOS QUE NO TENEMOS TIEMPO PARA LOS DEMÁS.

Que todos los seres de todos los mundos seamos, eternamente felices.

(Tomado del libro Aguas Refrescantes)

 

El peso del pecado


Un predicador acababa de invitar a sus oyentes a arrepentirse,
cuando un joven exclamó: -Usted habla del peso del pecado. Yo no lo siento ¿Cuánto pesa? Veinte kilos, cien kilos?
-Dígame -le preguntó el predicador- ¿si usted pusiera un peso de cien kilos sobre el pecho de un hombre muerto, -Lo sentiría él? -No, ya que esta muerto -Contestó el joven.
El predicador prosiguió: -Pues bien, el hombre que no siente el peso del pecado esta moralmente MUERTO.

 

El pequeño Misha
 

En 1994 dos americanos respondieron una invitación que les hiciera llegar el Departamento de Educación de Rusia, para enseñar moral y Ética en las escuelas publicas, basada en principios bíblicos.

Debían enseñar en prisiones, negocios, el departamento de bomberos de la policía y en un gran orfanato. En el orfanato había casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados, abusados y dejados en manos del
Estado. De allí surgió esta historia relatada por los mismos visitantes:

Se acercaba la época de las fiestas de 1994, los niños del orfanato iban a escuchar por primera vez la historia tradicional de la Navidad. Les contamos acerca de María y José llegando a Belén, de como no encontraron lugar en las posadas, por lo que debieron ir a un
establo, donde finalmente el niño Jesús nació y fue puesto en un pesebre.

A lo largo de la historia, los chicos y los empleados del orfanato no podían contener su asombro. Algunos estaban sentados al borde de la silla tratando de captar cada palabra. Una vez terminada la historia, les dimos a los chicos tres pequeños trozos de cartón para que
hicieran un tosco pesebre. A cada chico se le dio un cuadradito de papel cortado de unas servilletas amarillas que yo había llevado conmigo. En la ciudad no se podía encontrar un solo pedazo de papel de colores.

Siguiendo las instrucciones, los chicos cortaron y doblaron el papel cuidadosamente colocando las tiras como paja. Unos pequeños cuadraditos de franela, cortados de un viejo camisón que una señora
americana se olvido al partir de Rusia, fueron usados para hacerle la manta al bebé. De un fieltro marrón que trajimos de los Estados Unidos, cortaron la figura de un bebé.

Mientras los huérfanos estaban atareados armando sus pesebres, yo caminaba entre ellos para ver si necesitaban alguna ayuda.

Todo fue bien hasta que llegué donde el pequeño Misha estaba sentado.
Parecía tener unos seis años y había terminado su trabajo. Cuando miré el pesebre quedé sorprendido al no ver un solo niño dentro de el, sino dos. Llamé rápidamente al traductor para que le preguntara
por qué había dos bebés en el pesebre.
Misha cruzó sus brazos y observando la escena del pesebre comenzó a repetir la historia muy seriamente.

Por ser el relato de un niño que había escuchado la historia de Navidad una sola vez estaba muy bien, hasta que llegó la parte donde María pone al bebé en el pesebre. Allí Misha empezó a inventar su propio final para la historia, dijo:
Y cuando María dejó al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá y que no tenía un lugar para estar. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él.
Le dije que no podía, porque no tenia un regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús, por eso pensé qué cosa tenia que pudiese darle a Él como regalo; se me ocurrió que un buen regalo podría ser darle calor. Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ese sería un buen regalo para ti?
Y Jesús me dijo. Si me das calor, ese sería el mejor regalo que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del pesebre y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre.

Cuando el pequeño Misha terminó su historia, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas empapando sus mejillas; se tapó la cara, agachó la cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo.

El pequeño huérfano había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría ni abusaría de él.¡Alguien que estaría con él para siempre.

Y yo aprendí que no son las cosas que tienes en tu vida lo que cuenta, sino a quienes tienes, lo que verdaderamente importa.

 

El árbol confundido


Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos.
Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste.
El pobre tenía un problema: "No sabía quién era."
Lo que le faltaba era concentración, le decía el manzano, si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas.
"¿Ves que fácil es?"
No lo escuches, exigía el rosal. Es más sencillo tener rosas y "¿Ves que
bellas son?"
Y el árbol desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución:
"No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas...Sé lo que Dios quiere que seas, y para lograrlo, escúchalo."
Y dicho esto, el búho desapareció.
¿Lo que Dios quiere que sea...? Se preguntaba el árbol desesperado, cuándo de pronto, comprendió...
Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar:
"Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros,
belleza al paisaje... Tienes una misión ¡Cúmplela!.
Y el árbol se sintió fuerte y seguro y se dispuso a ser todo aquello para lo cual había sido creado.

Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos.
Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.


¿Cuántos serán robles que no se permiten a sí mismos crecer?
¿Cuántos serán rosales que por miedo al reto, sólo dan espinas?
¿Cuántos, naranjos que no saben florecer?
En la vida, todos tenemos una misión que cumplir, un espacio que llenar...
Somos importantes para Dios

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